Gracias Coco
Por Jorge Gómez
Y un día de fines de enero de 2016, a los 85 años, se apagó la vida de Luis Ángel Lanzavecchia, apodado “Coco” para todos. Su deceso se produjo a una semana de lo que hubiese sido su nuevo cumpleaños, el venidero 7 de febrero. Días atrás falleció su señora esposa. Hoy ambos reposan junto al señor, dejando un ejemplo de familia que sus hijos y nietos podrán explicar y señalar con creces. Pésame y condolencias a ellos.
Pero para muchos, miles de seguro, “Coco” Lanza posiblemente seguirá estando en nuestras conciencia, en nuestras almas, en nuestros millones de recuerdos. Dueño y señor de la primera hora de la radio en Necochea y zona, con alcances de carácter nacional, fue por décadas el locutor y animador líder de la radiofonía local y regional a través de su famosísimo y entrañable programa “Mañanitas Camperas”, emitido desde la señal de LU 13 Radio Necochea cuando se sintonizaba en el 1120 KHz de Amplitud Modulada (AM) y que luego se corrió hacia el actual sitio del dial, 960 KHz en AM.
Propietario de una personalidad afable, educada y formada desde lo más humilde que se puede entender, “Coco” o “El turco”, sus dos apodos de vida, fue la voz que identificó a Necochea durante numerosos lustros, despertando a una generación y media en el comienzo de sus labores matutinas, desde los mayores que iban a trabajar como de quienes poníamos nuestras mentes para ir a las escuelas primarias y secundarias. Fue quien nos acompañó en el café con leche de la mañana y quien, desde la radio, nos enseñó a querer, respetar, entender y amar las costumbres rurales que nos vienen rodeando desde la fundación de nuestra ciudad.
¿Cómo no reverenciar a Coco Lanza si fue como el Messi o el Maradona de la radio local que, además, tuvimos muchísimos el gusto, el honor y el placer de compartir parte de su vida cuando la luz del Auditorium de Radio Necochea, o de la sala principal de locutores, se encendía para sintonizarse él y nosotros con miles y miles de oyentes que iban desde el quiosquero, el almacenero, el trabajador, el empresario, el comerciante y otros más desconocidos?
Su voz y su programa superaban largamente las barreras locales y llegaban, por citar, hasta los rincones más increíbles del Sur Argentino o en las primeras horas de la mañana se lo podía sintonizar en La Plata o Buenos Aires, cuando la señal de AM se colaba con aquellas otras porteñas.
La penetración de Mañanitas Camperas fue el hecho de comunicación más importante de la radiofonía de Necochea, con ribetes que explicaban, también, la increíble revolución social, económica y crecimiento que vivió la ciudad en las décadas del ’60 y ’70. El desde su guitarra, a la que amaba, había construido un producto radial que superó al músico y lo elevó al sitial que hoy respetamos y admiramos.
Coco Lanza resume el modelo de necochense, ideado y construido desde su puesto radial: laborioso, constructor de una familia ejemplar, padre y abuelo de familia, inteligente, guapo no de malo sino de presencia destacada, sencillo cuando era momento de prestarle su oído a los más humildes, traductor de mensajes sanos y positivos, vendedor de lo suyo, atento y forjador de un prototipo de comunicador instruido y altamente responsable de los que ya pocos quedan. De todos fue el mejor, el más exitoso. No necesitó premios, que los tuvo y muchos, porque el reconocimiento callejero, en la vía pública, era y fue desbordante.
Quien escribe estas líneas tuvo el orgullo y el privilegio de conocerlo, incluso antes de que compartiéramos los pasillos y los estudios de la decana emisora. Fue cuando niño, de 6 años, mi familia llegó de Mendoza y un vecino del Barrio Aguas Corrientes –donde creció Coco de purrete- lo atajó a mi padre, advirtiéndole: “Todo bien en Necochea –apenas estábamos aquí- pero tiene que escuchar Mañanitas Camperas”. Lo que parecía una presunta amenaza era sólo una invitación para aceptar lo mejor de la ciudad, lo más luciente, volando en el éter que unía casa por casa.
Y fue así, porque desde el primer día ese programa de radio, como sucedía en otros miles de hogares y comercios, Coco Lanza era quien te decía la hora, la temperatura, cómo iba a ser nuestro día, con su cencerro madrugador que para algunos fue odioso y que hoy tanta nostalgia nos produce; fue quien nos señalaba que en un puesto rural había una necesidad y que debían aguardar –“chasqui” mediante- que ya todo iba a solucionarse o llegar. Y un vendedor de publicidad, de productos nuestros y de otros lares de aquellos, tanto en la vereda como parado frente a un micrófono.
La gente siempre preguntó por él, por Coco Lanza, por el artista de la radio al que Necochea le podía hacer frente a cualquier otro animador o locutor nacional. La radio era el eje de nuestras vidas y, reitero, marcó el rumbo ascendente y en desarrollo a la ciudad y la zona durante muchos años.
Ni qué hablar de cuando siendo muy joven –con 18 años de edad- me encontré con Coco en el pasillo de Radio Necochea. “Suerte pibe”, me dijo, para deslumbrarme desde lo bien alto que hablaba. Fue la primera vez y de allí quedé prendado a su personalidad. Observándolo uno aprendía a ser un profesional.
Coco me hizo debutar hablando por radio, un sábado a la mañana, en el estudio mayor de la emisora, poco antes de las 7, cuando terminé leyendo el pronóstico del tiempo, ante ese viejo micrófono que él tanto amaba. Me empujó poniéndome una birome entre las costillas, dado el terrible miedo de llevar a cabo ese primer paso.
Coco fue parte de una generación de locutores que registraron el tono y el color universal de la voz de Necochea. Hoy debe estar cambiando palabras con Héctor Medina, la señora Lucrecia Oyhamburu–su compañera por años en Mañanitas, Lucrecia a secas-, Nelly Prieto, Roberto Dabadié –César San Román, su nombre artístico- y hasta con Jorge Mondi y el “Negrito” Raúl Oscar Olivera. Cito estos, pero son decenas de personalidades que hoy no están entre nosotros y que dieron lo mejor por su pasión: la radio. Sus ausencias explican un cambio radical e importante de época que se dio, no para bien, en la radiofonía local y zonal, circunstancia que lenta y paralelamente se trasladó también a otras actividades de la ciudad.
Coco Lanza, que era un feroz competidor y defensor de lo suyo, confió siempre en la juventud, en los más jóvenes. Y me encuentro entre aquellos que privilegió en el afecto y le brindó cobertura para aprender y salir a flote.
Fui quién lo acompañó cuando Mañanitas Camperas en vez de empezar a las 6 de la mañana lo hizo durante un tiempo a las 5. Y había que levantarse a las 4. Allí estuve yo, a su lado, para aprender a ser un profesional, por un lado, y mejor persona por el otro, con otro grande a su lado: Paco Velázquez, el operador de la primera mañana de la radio.
Tenía Coco una voz brillante, particular, elegante, a la que le puso un toque rural por el perfil de su programa radial, pero aquellas grabaciones que luego pudimos escuchar de la década del ’60, con su personalidad radial, eran de una perfección que explicaba por qué la gente lo había puesto en ese brillante lugar.
Durante la siesta de la emisora decana condujo por años, junto a otro inolvidable como Luis “Piquito” Pannio, en calidad de operador, el programa “De mi país”, desde donde difundió la música ciudadana, con mucho tango y algo de folclore. Ambos me enseñaron a amar la letra tanguera, a entender las orquestas de otros años, a conocer los nombres de cantores y autores, a querer a fondo el tango. Cómo no agradecer esas clases gratuitas de amor a la música.
Un domingo de los primeros años de la década del ’80 Coco me llevó en su auto a San Cayetano a ver un partido de fútbol en la cancha de Independiente. Iba a cubrir el cotejo para la radio y el diario. Su ingreso al estadio y la tribuna fue impresionante: la gente le abrió un generoso espacio en la mitad de dicha tribuna para que Coco Lanza se sentara en el mejor lugar. Y allí estuve, a su lado, “colado” en su expreso y evidente estrellato. Y fue allí que tomé una dimensión cabal de quién era este hombre en su relación con la gente de otro distrito.
Peronista, si hay que hablar de política y cercano buena parte de su vida a Gerónimo Venegas, quien nunca dejó de preguntar por él, era de escuchar a todos y de buscarle una solución a los problemas que le gente le acercaba.
Todo eso hacía y mucho más mientras promocionaba desde su programa a artistas, cantores, guitarristas, músicos y recitadores que iban y venían a su lado, buscando unos minutos de Mañanitas para dar a conocer su arte. Toda una maravilla, combinada y hartamente profesional.
Coco ya no está entre nosotros. Habrá tiempo para su despedida, pero mucho más para hablar de lo que hizo, del legado que dejó entre los miles que lo quisieron y lo amaron como persona y como hombre de radio.
Para muchos –me cuento entre ellos-, el agradecimiento eterno, porque nos enseñó a ser profesionales, puntuales, pulcros, educados y amar la labor de radio en sus diversas modalidades: locutores, operadores, informativistas –allí calzo yo- y administrativos.
Para muchos, además, posiblemente nunca muera. Estará en los corazones y en los recuerdos, esos que edificaron un modelo idealizado y posiblemente exagerado de hombre referencial que desde la radio nos decía cómo y para dónde iba la vida.
Meses atrás el querido amigo Hugo Arroyo fue hasta su casa a hacerle una nota, la que dividimos en tres, en la que habló bien, pero muy bien de esta etapa de vida, pese a las dolencias de esta época, dejándonos saludos y agradecimientos. Un grande. Estoy buscando esa entrevista al momento de escribir estas líneas, en plena reflexión.
Y tengo una foto tomada en avenidas 10 y 91, luego de un acto, junto a Hugo Tomassini, que llevo en mi corazón como la última juntos.
Chau Coco. Y gracias por todo.